Dr. José Antonio González.*

Este domingo, ya transmutado en el día de guardar del religioso o en un feriado irrenunciable del secular, se celebra un suceso que, comenzó el día de ayer, pero que como acontecimiento se verificará hoy: los resultados de unas elecciones, la cuantificación de los participantes y el porcentaje de ciudadanos que, finalmente, concurrieron a las mesas electorales.

Será un día distinto para cada uno/a de los habitantes que poblamos Chile. No fue un concurrir ritualmente a un mero acto eleccionario; tampoco tuvo el mismo significado-que veces anteriores- de aquel que se abstuvo de dirigirse a los locales de votación. Aun cuando, como expresó Michel de Certeau, en La Invención de lo Cotidiano, en su volumen I,  que la creencia en los  militantes políticos cada día decrecía, los pocos que van quedando en las cofradías ideológicas, los adherentes “aun cuando no asistan a manifestaciones, sin reuniones, sin cuotas, en suma: sin pagar…en un apariencia de “confianza”, el partido reúne cuidadosamente las reliquias de antiguas convicciones”, el sentido de la política de este día, hizo que esta jornada no fuese la habitual. La decisión recayó, ahora sí, en cada uno/a de nosotros /as, de dibujar el plano y la brújula que comenzamos a buscar hace un año y medio para nuestra vida institucional y nuevo pacto de convivencia cívica. La sincronía de este momento, el corte, transformó la diacronía de nuestras vidas simples y comunes: ajustamos nuestro calendario, lugar y hora. La finalidad, expresar nuestra voluntad de anhelar otra cosa, quizás, no aquí y ahora, o bien, la soberanía sobre la confortabilidad de lo que ha sucedido en el país en unas últimas décadas. No fue un día cualquiera, tanto para la persona que decidió en las urnas y recuerde lo memorable del papel ingresado en ella, como para aquel individuo/a que se restó y evoque como no quiso ser partícipe de la “comunidad imaginada”. Tampoco para el país, constituyó una mera hoja desgajada del calendario. Su paisaje, sus recursos de levante y poniente, sus pobladores y sus vidas, las localidades urbanas y rurales, los afanes de los oficios y profesiones que, como recordaría Hesíodo en Los Trabajos y los días, los dioses “ocultaron a los hombres el sustento de la vida; pues, de otro modo, durante un solo día trabajarías lo suficiente para todo el año, viviendo sin hacer nada”. Todo lo reseñado, probablemente, pueda modificarse no como actos en sí, sino procurando otro sentido del por qué las cosas habían estado condicionadas por razones que fundaban el atropello a nuestra dignidad desde lo más mínimo, ningunear la existencia de otro en el mismo espacio común, no reconocer que todos/as tenemos sueños y proyectos que en una sociedad democrática, con derechos salvaguardados y con deberes que estamos obligados a observar por el bien de la comunidad, nos reconoceríamos parte de un proyecto inclusivo de país.

Este día no es un episodio más en nuestro vivir, como tampoco un feriado formal para Chile. Es un hito, donde por vez primera elegimos una asamblea constituyente, para hacer una nueva Constitución. Hubo en el pasado varios intentos donde la historia nacional nos refiere la frustración, según sea el prisma con que se mire los resultados. Camilo Henríquez trazó en 1813 las condiciones de la ciudadanía, cuando surgió el problema en la Constitución de 1812, entre el elector y el vecino. Nuestra realidad demográfica regional juega en contra de nuestros intereses nortinos: no tenemos densidad poblacional pero sí los recursos mineros que, todavía, siguen siendo una “viga maestra” de nuestra economía.

La Asamblea Constituyente de 1823 se desdibujó, al ser redactada la Constitución de ese año por Juan Egaña, que acogió los intereses del centralismo de la capital y de la aristocracia, en desmedro de la Asamblea de los Pueblos. La Asamblea Constituyente de 1858, levantada por los rebeldes copiapinos, estuvo alejada de los preceptos de la Constitución de 1833, y fracasó junto con la revolución de 1859 contra el gobierno de Manuel Montt.

La reforma constitucional promovida por Arturo Alessandri en 1925, a su regreso del destierro en Italia, fue conformada por una Comisión Consultiva de 121 personas que el propio Alessandri fue engrosando en su número. Todos fueron miembros de los partidos políticos de la época: 23 radicales, 16 liberales, 15 conservadores, 14 demócratas, 11 balmacedistas, 11 comunistas, 2 nacionales, 1 socialista, 1 radical-socialista, 25 independientes y 3 militares. Aun cuando todos fueron partidarios de mantener el régimen parlamentario con las debidas reformas, se impuso el criterio de Alessandri y el Ejército: un régimen presidencialista. 

El último intento de una Asamblea Constituyente, fue la convocada por los Asalariados e Intelectuales, verificado en Santiago, los días 8 y 11 de marzo de 1925, que aunó a variadas organizaciones de trabajadores, estudiantes, empleados. No fue vinculante en ningún sentido con la Carta de 1925.

Hasta la propuesta de la Presidenta Bachelet de 2018, todas las reformas constitucionales en Chile, utilizaron el mecanismo de la Convención Constitucional.

Hoy, hemos asistido a la primera Asamblea Constitucional, completamente elegida por el pueblo, lo cual, más allá de los resultados de los constituyentes- que no significa que da lo mismo quien resultó elegido/a- es un hito en nuestra historia nacional y el significado que nuestro día, como nunca, nos hizo más protagonista de nuestro porvenir.


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*Director de la Escuela de Derecho UCN Antofagasta.