PhD. Cristóbal Caviedes P.*

Últimamente, me he obsesionado con las ideas del matemático Nassim Taleb. Siendo que Taleb predijo tanto la crisis de 2008 como la pandemia, conviene considerar sus ideas. En uno de sus últimos libros —intitulado igual que esta columna—, Taleb sostiene que un gran desafío moderno es la excesiva reducción del riesgo: la existencia de demasiadas formas de limitar nuestra responsabilidad. Esto explica parte del resentimiento contra las élites.

Para Taleb, no hay resentimiento contra las élites per se; lo que hay es resentimiento contras las élites que no se juegan la piel. Esto es, contra las élites que no sufren realmente los efectos de sus errores. Aquí hay una diferencia crucial entre un piloto y Pamela Jiles. Si un piloto se equivoca, todos mueren; si Pamela Jiles se equivoca, ella sigue recibiendo un sueldo pagado por todos los chilenos mientras parte importante de la clase media se queda sin ahorros previsionales. Los humanos aceptamos a las élites sólo si ellas arriesgan el cuello y se sacrifican para protegernos. Esto explica, por ejemplo, el harakiri japonés; la lealtad de los soldados con el general que pelea al frente de las tropas; y la desconfianza que Adam Smith —padre del capitalismo y todo— tenía sobre las sociedades anónimas.

Aplicando esta tesis a Chile, puede decirse que parte de la bronca contra “las tres comunas” no es porque seamos “cuicos”: es porque ni nos jugamos la piel, ni castigamos a nuestros pares que, sin jugársela, causan daño. Para decirlo francamente: en tiempos más bárbaros, el castigo esperado para gente como los ejecutivos de Penta y SQM habría sido la muerte. Obviamente, sanciones como esta son inmorales al negar la dignidad y derechos que todos (sí, incluso ellos) merecen. Pero estas sanciones limpiaban el sistema de gente peligrosa. Hemos olvidado la necesidad de esa limpieza.

Si queremos seguir siendo la élite, tenemos que sancionar mucho más duramente a nuestros pares que causan daño grave. Es más, debemos aplicar públicamente estas sanciones, el “aquí no ha pasado nada” no vale. También debemos asegurarnos de que nuestros políticos se jueguen más la piel que en la actualidad. De hecho, sospecho que, si exigiésemos a nuestros diputados atenderse en hospitales públicos y enviar a sus hijos a liceos, su comportamiento mejoraría sustancialmente.

Finalmente, confieso que, aunque soy constitucionalista, no me juego totalmente la piel en el proceso constituyente. Más allá de un eventual costo reputacional, soy dentro de todo un profesional globalizado. Mi destino no está tan atado a Chile como el de la mayoría. Si el proceso constituyente se jode, puedo zafarme con relativa facilidad. Ergo, los lectores tienen todo el derecho a cuestionar mi credibilidad.


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*Académico de la Escuela de Derecho UCN Antofagasta.