Pablo Gres Chávez*
Hace algunos días distintos medios de prensa del país destacaron que los ex-controladores del grupo Penta, Carlos Delano y Carlos Lavín, comenzaron las clases de ética a las que nuestro sistema de justicia los condenó a asistir por cometer delitos tributarios asociados al financiamiento irregular de la política.
Más allá de lo interesante que puede resultar el contenido de la pena, es decir, más allá del hecho de que asistir a un curso de ética pueda considerarse una pena, me ha parecido provocativo levantar algunos cuestionamientos críticos sobre la ética de la empresa o ética de los negocios (como ética aplicada), debido a que esto es parte importante del contenido del curso que los empresarios deben completar.
La primera cuestión que es importante despejar, es la diferencia entre ética y ética aplicada. La ética es un saber esencialmente práctico. En otros términos, no es conocimiento indeterminado o relegado al mero análisis teórico confinado a la enseñanza en las universidades. La ética, siguiendo a Adela Cortina, es un modo de orientar la acción en un sentido racional.
Si la ética ya es práctica, el concepto ética aplicada parece un pleonasmo. Sin embargo, ocurre que en la ética aplicada podemos distinguir, siguiendo a Ricardo Maliandi, dos niveles de reflexión actuando conjuntamente, a saber:
a) La reflexión moral: un nivel práctico en sí mismo, que responde a la pregunta ¿qué debo hacer?; y
b) La ética normativa: nivel que “no se ocupa de aplicar las normas sino de determinar cómo y cuándo esa aplicación es válida” (Maliandi; 2004, p. 68). Es en este particular sentido, que la ética aplicada es tal. La ética normativa es aplicada por la reflexión moral.
La ética de la empresa o ética de los negocios, es una especie de ética aplicada que se ocupa principalmente de la acción de estas o de sus representantes.
Las empresas son organizaciones que, por definición, apuntan a la satisfacción de las necesidades humanas, pero ¿a qué precio? ¿respetado cuáles normas?
A pesar de que se pueda creer, la ética de la empresa no tiene por objetivo aplicar un catálogo preestablecido de normas al actuar empresarial, sino que por el contrario, pretende buscar y encontrar los bienes internos que la actividad empresarial puede y debe proporcionar a la sociedad toda.
Una de las formulaciones más interesantes sobre ética empresarial y de los negocios, podemos encontrarla en la obra de Adela Cortina (Cortina; 2000 y Cortina 2004). En su propuesta, Cortina recoge elementos o mínimos morales de distintas teorías de ética normativa como: la racionalidad prudencial vinculada a la tradición aristotélica; la racionalidad calculadora, propia del utilitarismo; la racionalidad práctica de corte kantiano; y la racionalidad comunicativa de raigambre habermasiana.
Algunos de los fines que la ética empresarial persigue son: recuperar la confianza en las empresas (perdida al menos desde el escándalo de Watergate en el mundo contemporáneo), fortalecer la ciudadanía económica y la responsabilidad social de las empresas, entre otros.
Se busca que el compromiso ético de las empresas no esté basado exclusivamente en la utilidad o en lo rentable que para las organizaciones pueda ser el comportamiento ético, sino que se espera que el compromiso sea cívico-dialógico. Se espera de ellas un compromiso real.
Ahora, ¿qué esperanzas podemos tener en la ética empresarial? ¿qué cosas de esta formación social esencialmente desigual puede cambiar la ética de empresas o de empresarios? ¿cuál es efectivamente el alcance de la ética frente a los problemas que genera el modo de producción contemporáneo?
Podríamos sostener que la ética empresarial, al ser una ética dialógica, permitiría mediante el diálogo, resolver problemas sociales. Ante esta afirmación (muy formal por cierto), creo que es sabio recordar que para que exista diálogo ambos interlocutores deben estar en la misma situación de poder. No debemos ser expertos para notar que en este mundo hay muchos que viven sin absolutamente nada de poder, y hay muy pocos que detentan muchísimo poder. En tiempos donde lo económico y lo político se han divorciado teóricamente, tener materialmente el poder económico es tener el poder sobre algo esencialmente político ¿En qué sentido se puede dialogar así?
Se puede creer también, que la ética de la empresa podría crear empresas altas de moral, que se destaquen por su actuar no instrumental. Pero, ¿no es la relación laboral siempre una relación instrumental en el sentido más objetivo de la cuestión? O yendo un poco más allá, ¿pueden todas las empresas llegar a ser altas moralmente? ¿Cuál puede ser el ethos de excelencia de una tabacalera o el de una fábrica de armas? ¿Podría la ética de la empresa frenar la devastación extractivista del sur por las empresas del norte?
Nuestro caso no es, ni será el primero, el único, o el último. Boies Penrose, un republicano de Pensilvania de fines del siglo XIX, “señaló ante una audiencia empresarial: Creo en la división del trabajo. Envíennos al Congreso: nosotros aprobamos leyes bajo las cuales ustedes ganan dinero y con sus ganancias contribuyen aún más a los fondos de nuestras campañas para enviarnos de regreso y aprobar más leyes que les permitan ganar más dinero” (Ollman, 2018, p 89).
El mundo está construido sobre la base de un conjunto complejo de relaciones sociales. Cuestiones íntimamente conectadas muchas veces parecen desconectadas. Solo tomando un poco de distancia, abriendo el nivel de magnificación de nuestra observación, las conexiones entre las cosas comienzan a verse con algo más de claridad. La ética empresarial no está consciente de que está sumida en un laberinto de relaciones sociales y busca resolver desde una perspectiva individual problemas de suma complejidad social.
El problema no es la ética a la que los condenados responden en cuanto a individuos. El problema no es su acción concreta. El problema es social, es general. “No ha de extrañarnos: el nuestro es uno de esos instantes de transición en que las viejas instituciones ya no sirven y la práctica sólo lo reconoce con titubeos, mientras el coro de los apologetas de los poderes criminales existentes trata de cubrir, no importa si con cantos de sirena o con mensajes publicitarios, el disparo reiterado de las señales de alarma” (Capella; 2005, p.44)
El problema es la formación social general, sus estructuras y las relaciones que la componen. La ética es solo una pequeña arista de la barbarie en que vivimos. En perspectiva totalizante, su modificación como aspecto aislado es inocua.
Referencias
- Capella, Juan Ramón. 2005. Los ciudadanos siervos. Madrid, España: Trotta.
- Cortina, Adela. 2004. Construir confianza. Ética de la empresa en la sociedad de la información y las comunicaciones. Madrid, España: Trotta.
- Cortina, Adela. 2000. Ética de la empresa. Claves para una nueva cultura empresarial. Madrid, España: Trotta.
- Maliandi Ricardo. 2004. Ética: conceptos y problemas. Buenos Aires, Argentina: Biblos.
- Ollman, Bertell. 2018. Hacia una interpretación marxista de la Constitución de Estados Unidos, en: Revista Derechos en Acción (N° 7). U. Nacional de La Plata: Argentina.
* Profesor del Teoría y Filosofía del Derecho de la Escuela de Derecho de Coquimbo (Chile). Correo electrónico: pablo.gres@ucn.cl