- Cristián Aedo Barrena
- Vicedecano Facultad de Ciencias Jurídicas
- UCN
La dicotomía entre la formación de abogados o juristas se ha presentado en el largo recorrido de la Historia del Derecho. Ya en Roma se distinguía muy claramente entre el jurista y el orador. El primero, era el que atendía consultas y evacuaba dictámenes, aconsejando al cliente en la decisión o resolución del problema jurídico; el orador, en cambio, acompañaba y asesoraba al cliente en la batalla forense ante el tribunal, funciones que se mantuvieron separadas, en la medida que se distinguió entre las etapas procesales in iure y apud iudicem y que se fueron unificando en el proceso extraordinario. Y, como ocurre con muchos abogados actuales del foro, el más destacado orador, Marco Tulio Cicerón, consideraba la ciencia de los juristas inferior a la retórica. A su turno, los jurisconsultos entendían que las cuestiones “prácticas y de prueba”, no les correspondían. Y, desde entonces, la dicotomía entre los aspectos teóricos y prácticos en el Derecho se ha mantenido. La enseñanza del Derecho, desde esta perspectiva, se centraba en los aspectos teóricos, mientras que el ejercicio profesional permitía la adquisición de las destrezas prácticas. El alumno debía preocuparse de aprender Derecho de su profesor, para más tarde, en un prometido breve plazo, desarrollar las habilidades indispensables para el ejercicio.
Ciertamente, la universidad y su acceso a ella, con los evidentes problemas de desigualdad y desequilibrios que provienen de la segregación por sectores sociales en la enseñanza básica y media, también se reflejan en las universidades. En efecto, la evolución de la matrícula total del país es dramática, si se quiere usar una fórmula eufemística. En el año 1983 se matricularon 110.133 alumnos en las universidades chilenas. Diez años después, el año 1993, la cifra no había variado sustancialmente, considerando el tiempo transcurrido. Según los datos proporcionados por el SIES, el año 2000, ya había 319.019. En el año 2010 la matrícula total alcanzó 938.140 alumnos, el año 2011, 1.015.101, el año 2012, 1.064.795; 2013, 1.114.277; el año 2014, 1.144.561; el año 2015, 1.165.906; y, el año 2016, 1.178.437, es decir, que en 40 años se ha incrementado en cerca del 600%.
En consecuencia, la realidad nos indica que el acceso a la educación superior se ha democratizado, no sólo porque la oferta se ha ampliado, desde todos los puntos de vista (mayores instituciones, un crecimiento de la población, una incipiente descentralización cultural). Cuestión diversa es la calidad con la que se ofrecen los servicios. Resulta evidente que las demandas estudiantiles apuntaron al fondo de un problema: más allá de las dificultades de financiamiento para las familias, de la gratuidad de las prestaciones o del reforzamiento de un sistema público o estatal, el verdadero problema se encuentra radicado en los estándares con los que se prestan los servicios de educación y, lamentablemente, no se ha enfrentado adecuadamente.
Y por ello, Tedesco reclama el replanteamiento del rol de las Universidades, porque en la realidad que nos rige, será necesario, por un lado, educarse para toda la vida, es decir, garantizar el acceso permanente a la formación profesional, que permitan la reconversión, acorde a los requerimientos que demanda la sociedad; y, por otro, el impacto que las tecnologías (incluyendo la difusión de la información) tiene sobre las metodologías.
Los estudios de Derecho en el Norte de Chile, han aportado en esta dirección. Hemos avanzado mucho, pero el camino que queda por recorrer es largo. Es fundamental para nuestro país la construcción de estudios jurídicos de alto nivel en el Norte de Chile; nuestra Facultad ha luchado por conservar ese espíritu y dependerá de nuestros ex alumnos, mantenerlo, este empuje de creer que en el Norte de Chile hay un lugar para que las ciencias jurídicas pueden desarrollarse con calidad. Y al pensar así y creerlo de verdad, estaremos dando todos un paso importante para que ello sea realidad y con ello, muchas personas serán beneficiadas, porque después de todo, ¿qué es el Derecho sino el arte, el mejor arte, el más bello arte, de componer las relaciones entre los hombres?
Pero también tiene otro sentido lo que vengo afirmando. Cada joven abogado aprende pronto que que ser abogado no depende de un cartón, porque una profesión se construye con humildad, pero sobretodo con humanidad. Y para eso nuestro egresados necesitarán estudiar, prepararse siempre. Como dice Confucio: “Pensar sin aprender nos hace caprichosos y aprender sin pensar es un desastre”. Esta es exactamente la manera correcta de ejercer la profesión. Pero debemos esforzarnos, además, para que en la formación jurídica de nuestros alumnos, entiendan que el título no les dará una cualidad personal que otros no tienen, la idea de que son cultos (por diferencia con otros, incluso en comparación con sus colegas), porque les otorgará un poder que, a veces, es difícil de manejar. Y por eso quiero terminar estas líneas con una invitación, como aquella que Chéjov hace a su hermano Turgenev: “Y así sucesivamente. Así es como son las personas cultas. Para ser culto y no quedar atrás, no es suficiente con haber leído. Los papeles del club Pickwick o haber memorizado el monólogo de Fausto (...) Lo que necesitas es trabajar constantemente día y noche, leer constantemente, estudiar, voluntad (...) cada hora es preciosa para tí. Ven con nosotros Turgenev. Tienes que deshacerte de tu vanidad, ya no eres un niño...pronto tendrás treinta. ¡Es tiempo! Te espero...Todos te esperamos”.